Mis abuelos estuvieron casados durante más de medio siglo. Desde que se conocieron, jugaron a un juego muy especial. La meta del juego era escribir la palabra “Shmily” en un lugar oculto para que el otro la encontrara. Hacían turnos dejando la palabra “Shmily” por toda la casa, y tan pronto como uno de ellos la encontraba, era el turno de esconderla para que la encontrara el otro.
Con los dedos escribían la palabra en la
harina o el azúcar de los recipientes de la cocina para que la
encontrara el que prepararía la siguiente comida. La escribían vidrios
empañados de las ventanas que daban al patio donde mi abuela nos daba el
pudín que ella misma preparaba. Escribían la palabra en el espejo del
baño, donde aparecía después con la humedad de cada baño caliente. Una
vez, mi abuela desenrolló un rollo completo de papel higiénico y
escondió la palabra escrita al final.

La palabra “Shmily” aparecía por todos
lados. Notas escritas apresuradamente aparecían en la guantera o el
asiento del coche, o se encontraban pegadas con cinta en el volante. Las
notas se escondían dentro de los zapatos o debajo de las almohadas. Se
escribía en el polvo de la repisa o en las cenizas de la chimenea. Esa
misteriosa palabra formaba parte de la casa de mis abuelos al igual que
sus muebles.
Me llevó mucho tiempo apreciar
completamente el juego de mis abuelos. El escepticismo me ha impedido
creer en el amor verdadero, el amor que es puro y que perdura. Sin
embargo, jamás tuve dudas de la relación de mis abuelos. Para ellos el
amor no tenía secretos. Era más que sus pequeños juegos de coqueteo, era
su modo de vida. Su relación estaba basada en una devoción y afecto
apasionado que no todo el mundo experimenta.
Siempre que podían, mi abuela y mi
abuelo se tomaban de las manos. Se robaban besos cada vez que se
tropezaban en su pequeña cocina. Al hablar, uno terminaba las frases del
otro y compartían el crucigrama y el acertijo diario del periódico. Mi
abuela me susurraba al oído lo guapo que era mi abuelo, que se había
convertido en un anciano muy apuesto. Hacía alardes de que ella había
sabido “elegir”. Antes de cada comida, inclinaban la cabeza y oraban,
maravillados por sus bendiciones: una familia maravillosa, prosperidad, y
el tenerse el uno al otro.
Pero había una nube oscura en la vida de
mis abuelos: mi abuela tenía cáncer de mama. La enfermedad le había
aparecido hacía ya diez años. Como siempre, mi abuelo estuvo a su lado
cada paso del camino. La confortaba en su dormitorio amarillo, que había
sido pintado de ese color para que ella pudiera siempre estar rodeada
de la luz del sol, aún cuando estaba muy enferma para salir afuera.
Ahora el cáncer estaba otra vez
atacándole el cuerpo. Con la ayuda de un bastón y la mano firme de mi
abuelo, iba con él a la iglesia todos los domingos. Pero mi abuela se
fue poniendo más débil hasta que finalmente no pudo salir de la casa.
Por un tiempo, mi abuelo iba a la iglesia solo, orándole a Dios que
cuidara a su esposa. Entonces, un día, lo tan temido sucedió. Mi abuela
falleció.
“Shmily” estaba pintado en amarillo en
las cintas rosadas del arreglo floral del funeral de mi abuela. Cuando
la gente comenzaba a salir, mis tías, mis tíos, mis primos y otros
miembros de la familia pasaron adelante y se reunieron por última vez
alrededor de mi abuela. Mi abuelo se paró al lado del ataúd, y tomando
aire, comenzó a cantarle a mi abuela. A través de su dolor y lágrimas,
surgió la canción, cantada con una voz profunda y un poco ronca: era una
canción de cuna.
Temblando, abatida por mi propio dolor,
jamas olvidaré ese momento. Porque supe que, aunque no podía siquiera
imaginar la profundidad de su amor, sí tuve el privilegio de ser testigo
de su belleza inigualable.
S-H-M-I-L-Y: See how much I love you? ( ¿Ves cuanto te quiero?).