domingo, 16 de febrero de 2014

Shmily, una historia de amor


Mis abuelos estuvieron casados durante más de medio siglo. Desde que se conocieron, jugaron a un juego muy especial. La meta del juego era escribir la palabra “Shmily” en un lugar oculto para que el otro la encontrara. Hacían turnos dejando la palabra “Shmily” por toda la casa, y tan pronto como uno de ellos la encontraba, era el turno de esconderla para que la encontrara el otro.

Con los dedos escribían la palabra en la harina o el azúcar de los recipientes de la cocina para que la encontrara el que prepararía la siguiente comida. La escribían vidrios empañados de las ventanas que daban al patio donde mi abuela nos daba el pudín que ella misma preparaba. Escribían la palabra en el espejo del baño, donde aparecía después con la humedad de cada baño caliente. Una vez, mi abuela desenrolló un rollo completo de papel higiénico y escondió la palabra escrita al final.
shmily1
La palabra “Shmily” aparecía por todos lados. Notas escritas apresuradamente aparecían en la guantera o el asiento del coche, o se encontraban pegadas con cinta en el volante. Las notas se escondían dentro de los zapatos o debajo de las almohadas. Se escribía en el polvo de la repisa o en las cenizas de la chimenea. Esa misteriosa palabra formaba parte de la casa de mis abuelos al igual que sus muebles.
Me llevó mucho tiempo apreciar completamente el juego de mis abuelos. El escepticismo me ha impedido creer en el amor verdadero, el amor que es puro y que perdura. Sin embargo, jamás tuve dudas de la relación de mis abuelos. Para ellos el amor no tenía secretos. Era más que sus pequeños juegos de coqueteo, era su modo de vida. Su relación estaba basada en una devoción y afecto apasionado que no todo el mundo experimenta.
Siempre que podían, mi abuela y mi abuelo se tomaban de las manos. Se robaban besos cada vez que se tropezaban en su pequeña cocina. Al hablar, uno terminaba las frases del otro y compartían el crucigrama y el acertijo diario del periódico. Mi abuela me susurraba al oído lo guapo que era mi abuelo, que se había convertido en un anciano muy apuesto. Hacía alardes de que ella había sabido “elegir”. Antes de cada comida, inclinaban la cabeza y oraban, maravillados por sus bendiciones: una familia maravillosa, prosperidad, y el tenerse el uno al otro.
Pero había una nube oscura en la vida de mis abuelos: mi abuela tenía cáncer de mama. La enfermedad le había aparecido hacía ya diez años. Como siempre, mi abuelo estuvo a su lado cada paso del camino. La confortaba en su dormitorio amarillo, que había sido pintado de ese color para que ella pudiera siempre estar rodeada de la luz del sol, aún cuando estaba muy enferma para salir afuera.
Ahora el cáncer estaba otra vez atacándole el cuerpo. Con la ayuda de un bastón y la mano firme de mi abuelo, iba con él a la iglesia todos los domingos. Pero mi abuela se fue poniendo más débil hasta que finalmente no pudo salir de la casa. Por un tiempo, mi abuelo iba a la iglesia solo, orándole a Dios que cuidara a su esposa. Entonces, un día, lo tan temido sucedió. Mi abuela falleció.
“Shmily” estaba pintado en amarillo en las cintas rosadas del arreglo floral del funeral de mi abuela. Cuando la gente comenzaba a salir, mis tías, mis tíos, mis primos y otros miembros de la familia pasaron adelante y se reunieron por última vez alrededor de mi abuela. Mi abuelo se paró al lado del ataúd, y tomando aire, comenzó a cantarle a mi abuela. A través de su dolor y lágrimas, surgió la canción, cantada con una voz profunda y un poco ronca: era una canción de cuna.
Temblando, abatida por mi propio dolor, jamas olvidaré ese momento. Porque supe que, aunque no podía siquiera imaginar la profundidad de su amor, sí tuve el privilegio de ser testigo de su belleza inigualable.
S-H-M-I-L-Y: See how much I love you?  ( ¿Ves cuanto te quiero?).

lunes, 3 de febrero de 2014

"Dinero, amor y letras"

Capítulo 1

Recuerdo aquel día, estaba lloviendo y por en la ventanilla del auto ponía llegar a observar las gotas y oír el ruido de la lluvia al caer, me ponía nerviosa el movimiento de los parabrisas pero gracias a ellos, el agua precipitada no impedía ver mi camino hacia el hospital. Me bajé del auto, estaba cansada y un tanto apurada, hacia días que no llegaba temprano al trabajo, y ya tenía bastantes advertencias al respecto. Realmente tenía deseos de que mi jefe falleciera para yo finalmente poder ocupar ese ansiado cargo que tanto quería gozar, no sólo por mis méritos, si no también por mi experiencia y sobretodo por el dinero que tal trabajo generaba. Pero tampoco me sentía cómoda, con la idea de tener deseos sobre la muerte de una persona, que si bien, ocupaba un puesto que tendría ser mío, yo no tenía porqué tener esos pensamientos tan terroríficos e inhumanos.
No era agradable la semana que había pasado, pero como que siempre supe desde mi adolescencia, que este momento iba a llegar, quizás por eso no sentí tanta desesperación en el momento.
Siempre fui fría y un tanto cerrada, nunca me gusto demostrar mis sentimientos ni emociones, para todos, yo no disfruto, yo no sufro, yo no quiero, yo... No vivo. Pero por primera vez en mi vida, sentía un nudo, en la garganta, fuerte y doloroso, de esos que no se pasan hasta que largas el llanto, tenía ganas de estallar en cualquier momento, llorar sin parar sobre el regazo de mi madre enferma. 
Llegué adentro empapada, y casi corriendo me dirigí hasta en el ascensor y presioné el botón del piso tres, en el que se encontraba mi madre. Cuando las puertas del ascensor se abrieron, me encontré después de tantos años a mis tres hermanas mayores, junto a sus maridos. No sabía que hacer, así que sólo me digne a decir un simple "Hola", que fue respondido de la misma manera, y a buscar la habitación de mi mamá. Pero antes de entrar escuche e identifiqué rápidamente la voz de mi hermana mayor, Valentina.
-Hace días que ella estaba esperando tu visita, dice que tiene que decirte algo urgente. ¿Por qué te desapareciste de esa manera? ¡Ni siquiera un mensaje has enviado, o has hecho alguna llamada, para saber el estado de nuestra pobre madre!- Hacia mucho tiempo que no presenciaba unos de sus reproches hacia mi, siempre tuvo esa costumbre, reprocharme por todo.
-Estuve bastante ocupada, he tenido distintos problemas en el trabajo y también, con Tiziana y Valentín, con el tema de la varicela. Pero bueno, ya llegué ¿No? Déjame ahora que tengo que entrar.- Le contesté con las pocas posibilidades de hablar que me quedaban.
-Eso no se justifica, porque yo también tengo problemas, y tengo cinco hijos nena, no eres la única con hijos acá.-Se frenó, hizo una pausa y mirándome a los ojos me dijo- La mami se está por morir, la enfermedad ha avanzado mucho en esta última semana, y menos mal que llegaste, que hasta lo mejor quiere despedirse, menos de Francisco, que se está por tomar el primer vuelo que sale de Italia, hasta acá.
Di media vuelta y seguí mi camino, como siempre lo hice, después de sus típicos reproches, porque sabía que por dentro le daban ganas de echarme de su vista, cada vez que le hacía eso. Pero me quedo en la mente la frase "La mami se está por morir". Estaba claro que me quería hacer sentir mal y desgraciarme, eso era común en ella, por eso se tomó el atrevimiento de decirme semejante maldad.
Cuando entre, y observe el cuerpo de mi madre acostado en esa incómoda cama de hospital, me dejé caer sobre ella, al mismo tiempo dejé escapar ese llanto que llevaba por dentro tanto tiempo y que consumía mis ganas de vivir de a poco. No podía creer lo que mis ojos estaban viendo, mi mamita hermosa había perdido el brillo de sus mejillas rosadas, sus ojos negros ya no tenían el mismo vigor de antes, su cara estaba pálida, y su pelo al no ser teñido estaba completamente blanco, tenía clavada la aguja en su brazo por el suero. Pero así mismo, a pesar de tal apariencia, me acariciaba la cabeza y yo podía notar que lo hacía con el mayor esfuerzo posible. Estuve un tiempo incalculable, hasta que al fin levante mi cuerpo y me senté en una silla que estaba junto a la camilla. Y secándome las lágrimas me animé hablar.
-¿Cómo has estado?
-¿No ves? Va, pienso que ya es hora de irme. Ya cumplí mi función en esta vida, ya tuve marido, hijos y nietos… ¿Qué más puedo querer?
-Mamá no digas eso vos sabes que…
-¿Qué? ¿Yo sé qué? Que me voy a morir es lo que sé yo. Lo único que le pedí a Dios este último tiempo es que me diera la posibilidad de despedirme de mis hijos.
-¡Mamá! ¡No! No me dejes mamá… Yo sé que no fui la mejor hija, que cometí muchos errores, y que no siempre estuve cuando me necesitaste, pero no quiero que te mueras. ¿Qué voy hacer yo sin vos? ¿Qué voy hacer si no tengo unos abrazos para llorar?
-Pero hija, yo tampoco me voy a ir completamente….
-¿Qué quieres decir con eso?
-La ausencia no tiene que ver nada con lo físico Gabriela, es la falta de amor en un corazón lo que hace que la ausencia de una persona te duela. Entonces vos tienes que entender, que aunque no esté acá, lo voy a estar siempre en tu corazón. A veces tienes que ayudar a tu corazón asumir, lo que tu mente ya sabe.
-¡No mamá! ¡No quiero eso! ¡Es estar esperando que pase algo que siento que nunca tendría que pasar!
-Si va a pasar Gabi, es la ley de la vida, los hijos tienen que ver a sus padres morir. Además ¿Para qué seguir prolongando mi vida? Ya lo está todo. Vos sos grandecita, ya tienes una familia hermosa, unos hijos bellos y un marido que te quiere y te respeta. No necesitas de una vieja como yo.
-Eso lo decís para no hacerme sentir mal, vos misma dijiste que de una madre siempre se necesita.
-Pero no siempre está. Ahora escúchame bien, siempre que me necesites búscame en la noche, en el cielo, en la estrella más brillante que veas. Y toma, este es mi mejor dije, quiero que lo lleves siempre contigo, para tener algo mío más cerca. ¿Y no tienes que ir a tu trabajo? Vamos, levántate y anda que se te va hacer tarde…
-Mamá, ¿Cómo quieres que te diga adiós? Si a lo mejor es la última vez que lo hago. Además, ¿Cómo hago para despedirme de una persona con la que no me puedo imaginar vivir sin ella? Y a vos no te veo tan bien como para dejarte.
-Podría morir ahora. Estoy tan feliz con lo que he conseguido en mi vida. Estoy exactamente donde quiero estar. Y mejor ándate ya ¿Si? Quiero que conserves este último recuerdo conmigo… Sólo este.
-¡¡¡Mamá!!! Te amo muchísimo mamita, te voy a extrañar, pero está bien, voy hacer lo que me dijiste. Y mejor me voy ya, para no sentirme peor. Adiós viejita querida, y ojalá te encuentres con la abuela Mirtha, que seguro está en el cielo esperándote.

Me levante de la silla y le di el mejor de los abrazos, agarré mi bolso y le coloqué mi cadena de oro puro en el cuello, quería que se fuera con ella. La volví abrazar y la besé. Y cuando me dirigí para la puerta, sentí ese sonido, ese sonido que marco el resto de mi vida. El marcapaso dejó en relevancia la muerte de mi madre. Me quedé completamente inmóvil, sólo veía a mis hermanas llorar y gritar, enfermeras llamando a los doctores, querían revivirla a cualquier precio. Pero ya era demasiado tarde, mi mamá ya había partido, sólo quedaba su cuerpo.